La Cruz Latina

Cuento de Omar Ramos

Cuento que integra el libro, Recordando a Julio, (Editorial Casa de Papel, 2013)

Creyó que en algún momento la empresa le ofrecería un puesto de ejecutivo en Boston, Londres, tal vez París, incluso Tokio, pero Jerusalén no estaba en sus planes. Pidió una semana para pensarlo. El primer obstáculo era la guerra con los palestinos, el temor de verse implicado en un conflicto ajeno, ya que era católico. Con los años, su fe en Dios y Jesucristo se habían fortalecido.

Al segundo día, lo alentó la idea de conocer Tierra Santa, donde nació Jesús, predicó, murió y resucitó, se dijo como si recitara una clase de catecismo. En ese momento caminaba por Buenos Aires con una sensación extraña, como si de pronto su realidad fuera otra, al punto de sentirse uno de los tantos extranjeros que la visitaban.  

Al tercer día, luego de regresar del trabajo, en su casa, acomodando la ropa de los placares, en el fondo de uno de los cajones, encontró un chador. Desconcertado, no halló explicación alguna, nadie en su familia era islámico, sus padres, muy católicos, habían muerto y su última pareja había sido agnóstica. Se sentó en el living, encendió un cigarrillo y miró las pinturas: cuerpos de mujeres, paisajes y objetos con formas cubistas. Luego se detuvo en las lámparas y los adornos que reposaban sobre los muebles y después de varias cavilaciones dedujo que tal vez el chador habría sido un obsequio que una amiga azafata le había hecho a su ex mujer. Por olvido había permanecido oculto entre las ropas. El argumento no lo convenció, pero no encontró otra posibilidad. 

Los días siguientes los ocupó en buscar información por Internet sobre Jerusalén, su origen y sus luchas con los vecinos. Se obnubiló cuando dio con su historia que lo llevó a remontarse a un tiempo muy pasado, sobre todo se detuvo en el siglo XI, donde los turcos arrasaban con los peregrinos que llegaban a Tierra Santa. Se interesó por las reconquistas cristianas, el valor, el coraje y la nobleza de los templarios.   

Ya entrado el séptimo día aceptó la propuesta de trabajo. Lo entusiasmó la idea de fortalecer aún más su fe. No estaba casado, no tenía hijos a quienes darles explicaciones, sólo hermanos y amigos que le dieron su consentimiento. Además, significaba un progreso económico y profesional importante.

Se durmió enseguida. La ansiedad de la víspera lo había agotado. La voz del ayudante lo despertó:

— Es hora, mi Señor.

Vio que el sol despuntaba tras la apertura del toldo. Se lavó la cara con el agua que el ayudante derramó de una vasija. Lo miró con extrañeza, pensó que el agua no lo había despertado lo suficiente. Afuera resonaban voces de guerra. Se puso la túnica blanca y la cota de malla. Al oeste, tras las colinas, estaba el Mar de Galilea, en sus proximidades acampaban los infieles.

—Dios me sumergió en un sueño incomprensible —le dijo con zozobra al ayudante—. Vi pinturas profanas y objetos desconocidos que irradiaban una claridad que no venía del fuego. Pronuncié y escuché un lenguaje desconocido. Vi paisajes y ciudades a través de un vidrio y me angustié.

—Es la proximidad de la batalla, mi Señor. Un caballero de su temple lo superará.

El ayudante le alcanzó la lanza y el escudo y lo ayudó a montar un caballo enfundado en un manto con la cruz latina. Sintió su alma equipada con la fe y salió al galope. La tierra reseca levantaba polvaredas al tiempo que se acercaban otros templarios. El calor era sofocante cuando cruzaron las primeras lanzas en las colinas. Las tropas enemigas prendieron fuego a las hierbas. El humo permitió que le dieran una estocada que lo hizo caer del caballo. Lo último que escuchó fueron los cantos de los musulmanes e intentó en vano retornar al sueño.   

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