Perspectivas de la poesía en el siglo XXI

Por Horacio Armani

Sabemos, los que de alguna manera nos hemos sentido atraídos desde nuestra  infancia  por  la  poesía,  este  arte  misterioso  que  existe por la palabra, lo poco que cuenta desde hace bastantes años en los medios de expresión: diarios, televisión, radio e incluso en las empresas relacionadas directamente con la creación intelectual como las editoriales, cada vez más reacias a publicar libros de ese género literario. Como si viviéramos al borde de un precipicio, estamos ante un vacío expresivo, no por falta de voces líricas, sino por ausencia de ediciones que las divulguen. Pero esta situación, por dolorosa y extraña que sea, no es nueva en la historia de la literatura, aunque ahora los enemigos de su difusión son más poderosos y variados. A pesar de que los medios de divulgación se han ampliado, de que en la actualidad existen la radiotelefonía, la televisión e Internet, de que la impresión de libros cuenta con elementos técnicos para producir millones de ejemplares más fácilmente que en el pasado y que se pueden distribuir con mayor rapidez en todas partes, es obvio que la divulgación de la poesía es cada vez más escasa y las editoriales parecen huirle al género como si se tratara de una peste maligna. El poeta argentino Guillermo Boido inventó una ingeniosa fórmula para definir esta situación:

“La poesía no se vende porque no se vende”. Lo cual quiere decir que la inalterable ética del poeta, que no accede a los requerimientos de los editores, es el máximo obstáculo que encuentra para difundir su obra. Pero éste sería un aspecto mínimo de las causas que impiden la divulgación de la poesía. Tal vez uno de los principales motivos de esta orfandad en que está sumida la poesía en nuestro país es la educación que se imparte desde la escuela primaria hasta la universitaria. En todos los institutos de enseñanza argentina la poesía ha sido dejada de lado. En la escuela primaria de mi infancia los libros de lectura ofrecían poemas que los docentes nos hacían leer en voz alta al frente de la clase  (y aprender de memoria) porque todavía existía una hora destinada al aprendizaje del idioma y de la literatura. Era una manera eficaz de trabar conocimiento con buenos autores. Esto hace mucho tiempo que se eliminó. Cuando veo los libros que leen los alumnos italianos comprendo el porqué de las hermosas ediciones de Dante, Leopardi, D’Annunzio y tantos otros que circulan por todos los estadios de la educación peninsular.  Pero quizá no debamos desgarrarnos las vestiduras por esta situación. La poesía ha atravesado épocas íntegras de orfandad y silencio. Pensemos que en España, después del Siglo de Oro de los grandes creadores, que terminó a fines del l600, hubo casi dos siglos de larga espera hasta que aparecieron poetas como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y luego todos los que integraron la famosa generación de 1927.

Tampoco los grandes diarios publican ya poesía. Si en nuestro país órganos como La Nación y Clarín decidieron desde hace tiempo no incluir más en sus suplementos poemas como lo hacían habitualmente, como si ese minúsculo espacio fuese innecesario, destinado a un público que no les interesaba complacer, también en Italia observamos que periódicos como Il Corriere della Sera, que solía reservar diariamente un pequeño lugar para algún poema, ha terminado por suprimirlo. ¿Cuáles son las perspectivas de la poesía en el mundo del futuro? Aunque para mí la poesía en los periódicos es necesaria porque incita a su lectura en los libros, éstos han terminado también por ir desapareciendo. Colecciones que editaban nuestras editoriales ya no existen. Los libros de poemas impresos por pequeñas editoriales casi desconocidas son rechazados por los libreros debido a su escasa venta y es sabido que la multitud de libros de otros géneros que se publican colman las estanterías constantemente, por lo que no debemos culpar de la situación a distribuidores y vendedores. ¿Cuál es, entonces, el destino de la poesía si el creador no encuentra editores ni vendedores?

 La respuesta no puede ser demasiado optimista. Hay que reconocer que la poesía misma ha cambiado. La influencia de los problemas sociales y del psicoanálisis ha modificado el lirismo que circulaba como una corriente constante en la creación poética hasta mediados del siglo pasado. Así, del puro lirismo se pasó a una vertiente en que se disputaban la primacía una tendencia inspirada en el drama de la desigualdad (la poesía comprometida) y otra en los temas existenciales que el psicoanálisis ahondaba con ramificaciones que se extendían en los insondables problemas de la conciencia.   No sé si el mundo del futuro volverá a sentirse representado en la palabra poética. Si tuviéramos una respuesta sabríamos ya cómo será el devenir de la vida espiritual y cómo el arte, en este caso la poesía, es creación pura sobre la que poco o nada importa adelantar impresiones acerca de su evolución futura, pues lo más probable es que nos equivoquemos. O que nunca sabremos si hemos acertado. Hace mucho escribí un poema acerca de los poetas que yacen en las antologías polvorientas del pasado y que ya nadie lee porque escribieron en otras épocas y para otros seres que sentían y vivían un mundo diferente, y eso que fue el triunfo de sus vidas se deshizo en el curso del tiempo. Se titula “El sueño de la poesía”, y allí decía:

“Las grandes antologías están muertas, cementerios de poetas, osamentas de poetas, fantasmas de poemas amados emergen de sus páginas:

el tiempo ha consumido para siempre sus versos que están muertos y han muerto su recuerdo y el mar de sus palabras y ruedan por las hojas infinitas sus cánticos sin destino en el tiempo, tan solos y tan muertos.

Millares de poetas escribieron para nadie sus versos, para el olvido, para la nada donde nada el tiempo, y están secas sus sílabas flotantes en el polvo del tiempo.

Poetas: las palabras terminan con nosotros, las palabras que un día creíamos eternas en el delirio que une la belleza y el sueño, el dolor y la sed, la pasión del misterio. Y nosotros yaceremos con ellas en el polvo de las antologías cada vez más remotos, más solos y más muertos.

Pero la poesía –inasible victoria– debe continuar aunque el sueño de la poesía haya acabado.

Las predicciones que no se cumplen, los deseos que mueren en el olvido, los proyectos que fracasan, los sueños de una realidad futura que tal vez no alcanzaremos a ver y se disuelven en el tiempo se contraponen con lo inesperado que se transforma en realidad, con lo que nace de improviso para alentar nuestra existencia y convertir los mundos imaginarios en belleza espiritual. Tal vez ocurra así con la poesía, que imagino perdurable y rica en el futuro, aunque seguramente será diversa y distinta de todo lo que podamos intuir o desear. Porque para lograrlo necesitamos educación y conocimiento, amor a la palabra y sentido de la belleza, deseos que el mundo actual no parece el más indicado para estimular.

No obstante, en cada uno de nosotros, de los que amamos la poesía en cualquiera de sus manifestaciones, de quienes hemos sentido el hondo canto de los grandes creadores y hemos vivido también la voz íntima de los claros poetas del sentimiento, renace siempre la esperanza de un futuro triunfante en el que resurja más vívida que nunca la voz del canto, aquella que Antonio Machado describió en unos pocos versos: “Tal vez la mano, en sueño, / del sembrador de estrellas, / hizo sonar la música olvidada / como una nota de la lira inmensa, / y la ola humilde a nuestros labios vino / de unas pocas palabras verdaderas”.

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