Saverio, el cruel, de Roberto Arlt, con la dirección de Gabriela Villalonga, es una sátira dramática que mantiene una inexorable actualidad a pesar de que fue estrenada en 1936, año del comienzo de la guerra civil española. El autor la escribió cuando Hitler y Mussolini, se mencionan en la obra, estaban en el poder y en la Argentina, corría la denominada década infame, con el gobierno de facto del general Uriburu y el luego el fraude conservador del general Justo. Su trama, que oscila entre lo testimonial político y el delirio de una clase social alta, en el caso una familia, que por aburrimiento y por su habitual ocio, decide convencer a Saverio, (Marito Falcón), un humilde vendedor de manteca, para que represente a un coronel cuyo derrocamiento y el ejercicio de la decapitación le devolverá la salud mental a Susana (Ligüen Pires). Finge estar loca y ser una reina que fue destituida por un coronel. Llega a decir “que cosa terrible es el exilio”. La madre de esta familia esta ausente. La señal son los muebles de la casa cubiertos por mantas.
La interpretación de Susana, con sus monólogos y diálogos, reflejan con acierto su impostada demencia. Saverio acepta la proposición, saca su faceta más oscura, el poder lo conquista, sueña con ser un tirano, investir su piel, manejar la guillotina, decidir sobre la vida y la muerte, y en consecuencia dejar de ser un sometido. Muy pocos se oponen a la burla de los jóvenes delirantes. Julia, hermana de Susana, (Liliana Simsi) es una de ellas, como así también Simona, la criada de la pensión, interpretada también por Liliana Simsi, le aconseja que no se meta con esa gente.
Es clave en este delirio la función de un vendedor de armas, interpretado por Roberto Cuñarro, quien maneja como un inescrupuloso titiritero los hilos para que el grupo de jóvenes farsantes logré su cometido. Este personaje actúa como un macabro presentador al inicio de la obra donde frente al público da las definiciones de crueldad en varios idiomas. Su traje y sus ojos pintados de negro son acordes para mostrar su imperio diabólico acertadamente interpretado. Los gestos y miradas captan la atención de los espectadores.
El grotesco está bien marcado por las consistentes interpretaciones del falso médico, Pedro (Pablo Ferrer) y el apócrifo conde y pastor, Juan, (Ariel Guazzone), y por Luisa, prima de Susana, (Adriana Echegaray) portadora del máximo cinismo. También se suma a la farsa Ernestina, amiga de la familia, (Lali Rojas) Las risotadas de estos personajes se volverán en una pesadilla en el epílogo de la obra.
Sobre el final, Susana no soporta que Saveiro recobre la racionalidad, la enfrentara y la descubriera en su farsa. El protagonista recapacita, reconoce que estaba feliz y satisfecho como vendedor de manteca y que toda esa comedia solo puede alegrar a un imbécil. Esta actitud se puede tomar como una toma de conciencia de su condición de clase explotada y pasa a enfrentar a sus explotadores.
Saverio, el cruel, tiene varias lecturas e interpretaciones. Arlt elabora en todas sus cuentos, novelas y teatro, una amenaza latente, un peligro que está presente desde el inicio de la trama. Basta citar algunas de sus novelas como Los siete locos, los Lanzallamas y el libro de cuentos El juguete rabioso.
Detrás de esta parodia, en apariencia delirante e inverosímil, yace siempre vigente el poder de la clase dominante sobre los trabajadores. La potestad de los militares y los dictadores de la época, trastrocados hoy en un poder financiero global que posee el dominio real. Esta obra es un testimonio contra el fascismo. Sus interpretes están a tono con la solidez del libro.
Es de destacar el vestuario de época, realizado por Alejandro Mateo, quien también es autor del diseño de escenografía. La sobria iluminación es de Juani Pascua; la Fotografía de Diana Ferrer Pinto; el diseño gráfico de Gustavo Reverdito y el asesoramiento artístico de María de los ángeles Sanz. La producción ejecutiva está a cargo de Roberto Cuñarro, Liliana Simsi y Pablo Ferrer. Como asistente de dirección María Cecilia Pérez.
La puesta respetó el texto original sin ambientarlo al presente, ya que hoy presenciamos la interacción de las mismas fuerzas sociales y económicas antagónicas de la época en que está situada la historia. La frase final es una de las muestras de la actualidad mundial de la obra. Esta sátira es una cruel realidad del siglo XXI: Asistimos al ocaso de la piedad.