Una introspección entre lo real y lo onírico
 En estos cuentos de Irma Verolín, titulados Relatos del fin del mundo, publicados por la editorial española Apeiron Ediciones (2024), la autora no sólo aborda una temática diversa, con atmósferas y tramas que atrapan al lector, sino que también despliega los recursos literarios del cómo lo escribo, tan o más importante que el qué escribo. Estos recursos le infunden potencia expresiva a los textos, además de darle nuevos significados, dejando que muchas veces la interpretación sea completada por el lector. Verolín trabaja sobre la introspección de los personajes al transmitir emociones con el objetivo de crear historias donde se destaca lo ambiguo sin caer en lo confuso.
El libro se inicia con un prólogo y se estructura en tres partes que comprenden diecisiete relatos, donde la unidad está dada por la atmósfera, por momentos onírica y misteriosa, y por el tono de la narradora, una voz directa y a la vez elaborada, un punto medio entre la prosa sutilmente descriptiva y la acción continua y precisa.
En el relato La escalera en el patio gris, la infelicidad de la casa familiar conduce a una adolescente de catorce años, que vive con su hermana melliza, los abuelos y una tía, a soñar que, subiendo por la escalera de pórtland del patio, viajaría a otros mundos, por eso hablaba de Simbad, el marino, y sus viajes. En medio párrafo la autora define el final donde a pesar del esfuerzo de la protagonista, la realidad se conjuga en una fantasía sin salida.
 Hay una niña que gira alrededor de la columna es el título de otro de los cuentos que  no ha sido narrado en forma lineal ni explícita. El misterio de la evocación parte de una narradora adulta que relata los avatares de una niña que es ella misma, en un misterio que abarca todo el texto, con interrogantes “como la fabulosa historia de una madre viajera, una historia tan absurda como un par de lentes oscuros a las siete de la mañana”.
Papá soñaba con hacer la guerra sorprende por iniciarse en un realismo que describe “la atención, los dedos ágiles, el revólver,” un hombre mejor preparado que nadie para guerrear y se introduce en un sueño donde se borran los límites de lo verídico y lo fantasioso.
Las marcas que denotan una época están en varios relatos, acercándose la autora a un tenue y no recargado costumbrismo en Manzanas de caramelo, con la mención del calentador Primus.En Hay una niña que gira alrededor de la columna se alude varias veces al jabón Limzul; en Mi hermana Iris a Elvis y Marilyn Monroe.
La presencia velada de la autora, quizás como un elemento lúdico que alude a la creación literaria en boca de sus personajes, está reflejada cuando dice “Escribo cuentos”, en el relato Manzanas de caramelo, y “Escribo, qué otra cosa puedo hacer” en Hay una niña que gira alrededor de la columna. Estas escenas le imprimen al libro una sutil dosis de lo autorreferencial, que desvía por un momento el núcleo de la trama y a la vez abre la imaginación del lector a otros sitios para retomar de inmediato a la historia central, enriqueciendo de ese modo el texto.
Las tareas del hogar y, yendo más allá, el rol que la sociedad le imponía a la mujer a mediados del siglo XX, se expresan en Pañuelitos, donde la abuela de la narradora detestaba planchar y si embargo cumplía la tarea: metáfora de un mandato social como casarse y tener hijos. El mundo gira y es redondo, mientras la abuela refriega sus pañuelos y la acción transcurre y ella descubre la forma y lo que pasa en la Tierra aunque ya sea tarde.
Congreso de escritoras describe la diversidad de mujeres que concurren a un evento literario, algunas nativas y otras extranjeras, famosas y no tanto, afectadas todas por el hecho externo del mal funcionamiento del aire acondicionado que trae el calor, el agobio, el silencio y el saberse una mujer sola.
El muchacho del revólver relata el descubrimiento de la pantalla luminosa de la computadora, donde la protagonista se pregunta qué está haciendo y para qué, en un buscarnos y buscarse, y encontrar el desenlace fatal del personaje evocado.
En su prólogo a estos Relatos del fin del mundo, la autora se pregunta si estos textos no tienen “esa marca de extranjería con la vida, ese tono de nostalgia; si los personajes no padecen la misma falta de anclaje con la existencia porque nací aquí, en este borde continental”. Es que ese crisol de hombres y mujeres de diversos países que lo poblaron en sus orígenes, le dio a la Argentina una identidad todavía por conformarse, a lo que se suma, incluso, la invisibilidad de sus pueblos originarios. Sin embargo, estos relatos, aunque respiren nostalgia y saudades de tierras lejanas, están diseñados, con un sagaz y trabajado lenguaje. Las historias se narran con diferentes estructuras y con un registro propio de la autora, que pertenece a este país austral, pero su literatura es universal. No es casual que hayan sido editados en España, quien nos diera, entre otros legados culturales, el idioma, lo que conlleva un gran logro para la autora y sus Relatos del fin del mundo.