Jorge Luis Borges
¿Metafísica en clave de ficción?

Por Cristina Bulacio

I

Borges transita en sus textos, con insistencia, por temas filosóficos de gran envergadura. Sin embargo, sabe con certeza que “todo lenguaje es de índole sucesiva, no es hábil para razonar lo eterno, lo intemporal” 1. Y decirlo de este modo, es reconocer la ineptitud de la lengua para nombrar los asuntos de la metafísica –el corazón de la filosofía– y, quizás, el eje de sus preocupaciones filosóficas. La lectura cuidadosa de su obra descubre, en sus puntos más altos, una auténtica búsqueda que es, si lo pensamos ajustadamente, metafísica: búsqueda de lo sagrado, del fundamento, de la totalidad, del infinito, de la representación, del tiempo y la eternidad, etc. Y esa tarea la cumple con recursos no tradicionales, lejos de los instrumentos propios de la razón y la argumentación; incluso, recorriendo regiones aledañas a la tradición disciplinar de la metafísica.
En nuestra hipótesis, tal indagación sobre lo trascendente se da, en él, a través de las ficciones. Efectivamente, es la ficción el instrumento más adecuado para tal desafío; se lo percibe cómodo en el género ya que éste le permite hacer literatura, y al mismo tiempo, evadir las falacias de las argumentaciones históricamente consagradas 2. Recordemos que, si bien es un pensador, su verdadera piel es la literatura. Al no confiar en la ponderada racionalidad, apuesta a la imaginación en búsqueda de respuestas que –como era de esperar– nunca serán alcanzadas. Nuestra apuesta –en este giro de su pensamiento– se sustenta en una realidad plenamente reconocida hoy: el poder del lenguaje sobre nuestras vidas. Somos lenguaje; nos cobija como seres humanos y dibuja el contorno de nuestro mundo. El lenguaje nos atraviesa y constituye como tales.
Si esto es así, entonces es el lenguaje el responsable de la memoria y la tradición de los pueblos. Recordemos que la palabra poética de Parménides inició nuestra historia Occidental y, desde ella, desde ese gesto poético-pensante, se perfilaron las marcas únicas que distinguen a esta cultura que hoy llega hasta nosotros. De un modo semejante, y en su propia medida, la palabra poética de Borges ha fundado nuestro modo de ser argentinos, somos sus herederos y su lengua está habitada de secretos sobre el sentido último del mundo y de la vida, y esos sentidos son pura metafísica.
En filosofía solemos decir que, por un natural e inevitable juego de luces y sombras, no todo está explicitado en un texto; subyacen a su estructura palabras y pensamientos que lo sostienen. En la obra de Borges, aquello que opera por debajo, lo no dicho pero siempre presente, es la experiencia de límites de su condición de criatura. Y esos límites cobran real presencia en tanto se revelan en los límites del lenguaje, como vimos en el inicio, límites que son, al mismo tiempo, fronteras del conocimiento. Y esa frontera se torna un abismo cuando la palabra señala hacia lo sagrado, cuando busca apretarse a lo divino. El límite es, en su escritura, el punto en el que convergen filosofía y literatura, o mejor decir con mayor precisicón: metafísica y poesía; realidad y ficción, pensamiento lógico e imaginación.
Ahora bien, esta clara conciencia de los límites del lenguaje, que encontramos en nuestro autor, viene unida a una magnífica estrategia para evadirlos: el recurso a la ficción. La palabra, piensa él, constructora de nuestro mundo, no es diestra para dibujar los perfiles de aquellos asuntos que nos sobrepasan y que son, paradójicamente, los más importantes para el hombre: los metafísicos.
En el prólogo de Ficciones, Borges sugiere, con su ironía habitual, que a veces mezcla en los cuentos tesis de filósofos como Leucipo o Aristóteles con escritores de ficciones como Lewis Carrol. Sin duda lo hace porque, y él lo sabe muy bien, las ficciones inquietan, minan solapadamente todo razonamiento, desafían el principio de realidad y acosan la inteligencia. Las ficciones de la literatura borgeana, en particular, por esa mixtura de pensamiento filosófico e irrealidad, tienen la virtud de alertarnos sobre algunas aporías endemoniadas para la razón filosófica como finito/infinito; identidad/otredad; tiempo/eternidad; etc. En Borges, el borramiento de los límites entre realidad y ficción, y entre filosofía y literatura, cumple un propósito –aun cuando no sea deliberado en él– hacer filosofía desde la ficción; con ello no sólo desconcierta y encanta al lector, pone en evidencia, además, el que la filosofía contiene múltiples ingredientes de ficción que no siempre está dispuesta a reconocer.
El lenguaje posee, hace notar Borges, palabras inmensas, intemporales que, de existir su referente, harían estallar los límites de la inteligencia humana: Dios, eternidad, infinito, universo, tiempo. Estas palabras dicen del anhelo metafísico de plenitud que acompaña al hombre y que no se condice con lo que el lenguaje y la razón, efectivamente, alcanzan en la realidad. Ellas dejan ver los límites del hombre y su precariedad para la comprensión del mundo.
II

Aceptada esta hipótesis, que el mismo Borges desliza en algunos de sus cuentos, vemos que, efectivamente, para hablar de los grandes temas metafísicos a los que aluden esas palabras, Borges recurre a la ficción. Y así, con un gesto aparentemente sólo literario, se libera de los rigores de la lógica y de la representación. El lenguaje, “ese alfabeto de símbolos”, no nos otorga un contacto con lo real, apenas sugiere.
El recurso a la ficción es una antigua técnica en Occidente. Ya la usó Platón. En la alegoría de la Caverna3, Sócrates dialoga con Glaucón, sobre las características del conocimiento para alcanzar la formación del ciudadano griego. Platón compara nuestro mundo con una caverna. En ella se hallan prisioneros y encadenados desde su nacimiento los hombres. Detrás de ellos, de modo que no pueden verlos directamente, arde una fogata y diversos objetos son transportados por seres desconocidos. Dada la posición de los prisioneros, sólo pueden mirar, en la pared final de la cueva, las sombras de esos objetos reflejadas en ella. Los prisioneros creen, por no haber estado nunca fuera de aquel lugar, que eso que ven, sólo sombras, son la realidad misma; por ser lo único que conocen hablan sobre ellas y hacen ciencia sobre la frecuencia con que aparecen las figuras fantasmagóricas de los objetos.
Uno de los prisioneros se libera de la prisión; ya en el exterior, ve con los ojos del cuerpo el sol y con los del espíritu, la idea del Bien, la Verdad. Sin embargo, luego de tal contemplación, cuando el liberado regresa a la caverna para enseñar a sus pares de esa otra realidad, y alertarlos que esta es la auténtica, nadie le cree, porque nadie ha vivido esa experiencia de contemplación de la Verdad. Corre el riesgo, incluso, de sucumbir a las exigencias de la verdad aparente que gobierna en la caverna, y a su pretensión de ser ella la única.4
Esta alegoría es una gran metáfora de nuestra situación: la caverna es el mundo. Somos prisioneros, sin saberlo, de nuestras propias representaciones, apenas sombras de lo real, creyendo que son la “realidad en sí”. Salir de la caverna, contemplar la verdad, es poder sobrepasar los límites de la representación para alcanzar lo Otro, aquello que mora en otra dimensión. Como Platón, Borges recurre a la imaginación para transmitir sus verdaderas convicciones sobre el mundo y el lenguaje. Usa la ficción como un hábil artilugio para expresar su profundo anhelo de dar sentido a su existencia.
No hay acceso directo a las cosas, no tenemos en la cabeza los tigres, la rosa, el Nilo, los palacios, ni podemos aprehender la Divinidad, contamos sólo con la representación conceptual y, por tanto, abstracta de ellos. Esto se percibe con claridad en “El otro Tigre” 5:
“Pienso en un tigre [...] Fuerte, inocente, ensangrentado y nuevo,/Él irá por su selva y su mañana/ y marcará su rastro en la limosa margen de un río cuyo nombre ignora/.... Cunde la tarde y reflexiono/ Que el tigre vocativo de mi verso/ es un tigre de símbolos y sombra, /una serie de tropos literarios / y de memorias de la enciclopedia/ Al tigre de los símbolos he opuesto/ el verdadero, el de calienta sangre,/El que diezma la tribu de los búfalos.../
Lúcido espectador del mundo, Borges sabe que no tiene en sus manos el tigre de las praderas, sino uno de símbolos y sombras, como aquellos reflejos de la caverna platónica. Pero el saberlo no le sirve para satisfacer su búsqueda, desea otra cosa: Continúa:
Un tercer tigre buscaremos. Éste/ será como los otros una forma/ De mi sueño, un sistema de palabras/ Humanas y no el tigre vertebrado/ Que, más allá de las mitologías,/ Pisa la tierra.
Al desechar el tigre transparente hecho de ideas, de literatura, descubre que el tercer tigre, es una nueva representación de la realidad y que ésta, la realidad, se le escapa entre los dedos. Es, para nosotros, representación de representaciones. El hombre está condenado a esa prisión. Concluye expresando el oscuro y profundo deseo metafísico que lo acosa, la necesidad de salir de la caverna para alcanzar la realidad en sí:
“Bien lo sé, pero algo/ Me impone esta aventura indefinida, /insensata y antigua, y persevero/ en buscar por el tiempo de la tarde/ El otro tigre, el que no está en el verso”.
Notemos la gran semejanza de esta poesía, que no es un ejemplo aislado en él, con la caverna platónica. Solo que él sabe que está en la caverna, nosotros, habitualmente, no, y hacemos filosofía, y ciencia y literatura, con las sombras que nos devuelven los fenómenos del mundo. El tigre de “tropos literarios”, es sólo una ficción que inevitablemente reemplazará en nuestra mente, al de caliente sangre. Pero ¿puede el hombre alcanzar con el concepto al tigre de la realidad? No, piensa Borges, porque siempre estará mediado por el lenguaje, por la representación, siempre será lo otro de mí, como sujeto del conocimiento.
Representar es, en lenguaje filosófico, volver a presentar ante la conciencia el objeto que se expone a los sentidos o a la inteligencia y alude a una experiencia subjetiva y privada. Representación (Darstellung) es una palabra que menta algo semejante a un plan, modelo, o esquema, que construye la conciencia para poder apresar la multiplicidad de lo real. Es el juego entre lo múltiple de los estímulos que provienen del mundo y golpean al sujeto, y la unicidad del concepto. Es la distancia entre el mundo exterior, cambiante, fenoménico, y la mente abstracta del hombre.
Salvar ese hiato y avanzar hacia lo no representable, es la inclaudicable empresa que se propone el ser humano. Este deseo metafísico que impulsa la búsqueda de lo metafísico, se motoriza a partir de la certeza de que, aquello que desea el alma para su plenitud, es lo Otro, que no podrá alcanzarse a través de los razonamientos lógicos, ni del lenguaje, sino sólo y excepcionalmente, en una experiencia 6.
III

Borges no es creyente, él mismo confiesa su agnosticismo. Sin embargo, según nuestra hipótesis, recurre a la ficción para salvar la herida de la existencia, su propia finitud, sin escandalizar, sin abandonar su tarea más entrañable y permanente: la literatura. Ficción proviene del sustantivo fictio-onis: formación, creación, simulación, suposición, hipótesis. Las cosas pueden ser modeladas, arregladas y con ello se convierten en ficta, en ficciones.
Lo ficticio tiene algo de verosímil, es lo que parece verdadero pero no lo es cabalmente. En toda la obra de Borges encontramos un sutil juego que consiste en hacer inverosímil lo real, lejos del habitual mecanismo de la ficción literaria que intenta hacer verosímil lo irreal. Lo que busca nuestro autor es borrar, de modo radical, en el lector, los puntos de referencia en el horizonte de lo cotidiano, arrancando al sujeto de la normalidad, como en “Los tigres azules” o en “La Otra muerte”.
Para mostrar la ambigüedad e imprecisión de la línea divisoria entre realidad y ficción, apela a las paradojas y sin sentidos. Así,  construye con la ficción objetos que no poseen denotación en la realidad, pero cuyas características generan significados multívocos que señalan en la dirección de aquella otra realidad: el Aleph, el zahir, las piedras azules, el libro de arena, etc.
Borges narra hechos imposibles. En “Las hojas del ciprés”, un libro que desaparece en una pesadilla; en “Las ruinas circulares”, un hombre que inventa un hijo con el material de sus sueños y, al tiempo que sostiene su existencia soñándolo, se descubre a sí mismo como soñado por otro; en “El milagro secreto”, un espacio de tiempo real de dos minutos se hace un año en el corazón de Hládik y le permite terminar su obra. Y hasta la loca idea, en “Parábola del Palacio”, de que un palacio, con sus cortesanos y sus porcelanas, puede desaparecer aniquilado por la palabra de un poeta sólo para ajustarse a ciertos principios filosóficos: no pueden existir dos cosas iguales en la realidad.
Desde estos ámbitos, nuestro autor teje la trama de una situación inverosímil de la realidad. Precisamente su carácter de inverificable es lo que la cubre de un manto de veracidad, lo que la abre hacia otros sentidos que se inician en la escritura y la desbordan en dirección de las grandes preguntas de la condición humana: ¿Existe Dios? ¿qué sentido tiene la existencia humana? ¿qué es el tiempo? ¿qué es el infinito? ¿ y la eternidad? Preguntas que nunca tendrán una respuesta taxativa, clara, explícita. Estamos condenados a andar por el mundo preguntándonos sobre esas cuestiones. Y eso es lo que hizo Borges.
La cinta de Moebius, objeto de la topología, puede ser una buena metáfora. Sin derecho ni revés, si alguien caminara a través de ella, pasaría del interior al exterior de la superficie sin advertirlo porque los bordes no existen. Del mismo modo el lector de Borges pasa imperceptiblemente del discurso ficcional, inverosímil, al otro, verosímil, sugerente, aproximativo a la verdad, sin percibirlo. Como él mismo lo dice acerca de nuestro propio mundo:
“No habrá nunca una puerta. Estás adentro/ y el alcázar abarca el universo/ Y no tiene anverso ni reverso/ ni externo muro ni secreto centro”.7

 Es así como Borges hace metafísica fuera de la metafísica como disciplina8. No se coloca en el plano especulativo y racional, niega la eficacia de los sistemas filosóficos porque constriñen el pensar. Sin embargo, no puede acallar la inquietud metafísica que lo acompañó toda su vida. A poco de andar por los intrincados senderos de su escritura, descubrimos, bajo los temas literarios, escondidas y tenues, fuertes huellas de asuntos metafísicos, preferencias y, al mismo tiempo, cuestionamientos sobre el mundo, el sujeto, el tiempo, la representación, la identidad personal, lo divino. De allí el infatigable uso de paradojas, contradicciones, sin sentidos, con los que siembra su obra. De allí el recurso a las ficciones. Esto tiene un efecto notable: produce la extraña sensación de alcanzar una realidad que no por inverosímil es menos cierta.

 

IV

Recurriré a dos cuentos de Borges para ilustrar lo que sostengo. Comencemos por uno más sencillo, si se puede decir así, en tanto en él, lo que nos sorprende es la maestría en el uso de la ficción. Se trata de “Las hojas del ciprés” (Los Cojurados). En ese cuento, escrito en primera persona, el personaje narra una pesadilla de la que es despertado por su antiguo enemigo. Éste le comunica que se había decidido su muerte. Lo hace levantar, le anuncia que lo llevará a otra parte para la ejecución, un poco lejos. “Quise –dice el narrador– que algo me acompañara. Le pedí que me dejara llevar un libro. Elegir una Biblia hubiera sido demasiado evidente. De los doce tomos de Emerson mi mano sacó uno al azar”. Lo llevan a una plaza con un reloj sin agujas. Lo acuestan boca arriba. Ya tendido en el césped de espaldas, vio que el árbol de su muerte era un ciprés. Vio también el fulgor del acero por última vez... Y entonces despertó. Todo era una pesadilla. Sin embargo, al día siguiente, al despertar, descubre que el libro de Emerson faltaba de su biblioteca y que su enemigo, que había salido de su casa la noche anterior, jamás regresó: “había quedado encerrado en mi pesadilla”, dice el narrador.
La situación natural y cotidiana en que se “resuelven” las ficciones es lo que nos da que pensar. En el despertar, efectivamente el libro no estaba en el anaquel, lo que sin duda sucede en la vida diaria cuando uno saca un libro de su lugar. Del mismo modo el hijo soñado, de “Las ruinas circulares”, no sabrá nunca del carácter onírico de su existencia, por lo cual, cualquiera de nosotros podría serlo; alguien puede sentirse desorientado y no saber nada de laberintos; son comunes experiencias límites en las que se trastocan los tiempos, la naturaleza de las cosas; pero, el que sean una ficción, nos permite pensar que es puro entretenimiento.
El efecto de esta mecánica sobre el lector consiste en que, si bien sabe de sus ficciones, porque el mismo Borges lo anuncia, pone su discurso en otro orden de realidad, le da un tono dubitativo, coloca el hecho en uno de los escalones de lo verdadero, aunque no pudiera serlo de ningún modo. Nunca se está seguro si el personaje soñó un acontecimiento o lo vivió, sin embargo el lector queda atrapado por ese algo de verosimilitud con que inviste a lo irreal. Ese acercamiento a una verdad ilusoria, ayuda para que la ambigüedad sea la tónica del relato y por tanto, el lector sienta que esta en tratos con una verdad escondida tras las máscaras de lo ficcional.
En Borges es un arte este juego. La realidad se torna inverosímil puesto que es parte de un sueño que la contiene, tesis entrañable en él. De ese modo lo verdadero o su aproximación, lo verosímil, se instala y se apropia de la irrealidad, la moldea bajo el prisma de lo cotidiano y la trae a nuestra presencia. Las palabras en Borges son espejos que nos devuelven una realidad afantasmada. En él la realidad es ficción, es ilusoria. Escribe sobre presencias, historias, leyendas, reflexiones, de una ausencia: la realidad.
Pero la mayor ausencia en nuestro escritor es la ausencia de certezas sobre la metafísica. Certezas de las que –de haberlas tenido– habría disfrutado sin hesitaciones. Pero él sabe que no son posibles. El lenguaje y, por tanto, el conocimiento de la realidad y de lo trascendente, tiene límites. La incertidumbre que lo habita lo lleva a sostener que es imposible medir lo eterno por medio de lo sucesivo: luego el lenguaje es inútil para tales fines.
Por eso Borges es un agnóstico irredento y un osado y genial buscador de sentidos. Es, por su misma naturaleza, un creador de enigmas. Su poética se agiganta a niveles titánicos cuando combate con los límites del lenguaje, no porque vaya a aceptarlos, sino porque intenta una y mil veces, casi siempre sin éxito, coartadas para evadirlos. Este argentino “extraviado en la metafísica” renuncia a la pretensión de un decir de todo decir, de la totalidad, y se enmascara en sus ficciones. Denuncia los límites del lenguaje y la infinita distancia entre éste y la palabra divina, es decir, lo divino mismo.

 

V

En esto quiero detenerme 9. Considero a un cuento de Borges como privilegiado para abordar este asunto. Me refiero a “La escritura del Dios”. El narrador es un sacerdote americano, rey de la pirámide de Qaholom, hecho prisionero por don Pedro de Alvarado, en tiempos de la Conquista de América. Comparte su celda con un jaguar, animal sagrado de los mayas. En la celda oscura, en aquellos los días aciagos de prisión, para sobrevivir, el sacerdote comienza a buscar en su memoria, las palabras sagradas pronunciadas por el Dios para cuando llegara el fin de los tiempos. En esa infatigable búsqueda –semejante a la del mismo Borges– descubre que la palabra del Dios no podía parecerse a nada en la tierra. Tzinacán, el mago de la pirámide, dice:
“¿Qué tipo de sentencia [...] construirá una mente absoluta? Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos [...] Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra y en esa palabra la plenitud” 10.
Descubre entonces, el sacerdote maya, que las manchas del jaguar esconden las palabras divinas. Intenta desesperadamente descifrar el enigma. En esa tarea pasó muchos años, hasta que un día ocurrió lo que no puede olvidar ni comunicar, dice Tzinacán: se produjo la unión con la divinidad. Y dice:
“Yo vi una rueda altísima que no estaba delante de mis ojos ni detrás ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo. Esa rueda estaba hecha de agua pero también de fuego y era infinita [...] ¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar!.
Borges, nuestro poeta agnóstico, hace metafísica. Esa rueda tiene los caracteres de lo metafísico: no puede ser delimitada, no puede transformarse en objeto de conocimiento; no tiene tiempo ni espacio, pero está ahí, en un lugar y en todos. Escapa a la razón ya que contiene, sin destruirse, contradicciones en sí misma y es, además, infinita.
Estas son las cosas que llevan a Borges a rechazar las prescripciones de cualquier sistema filosófico; le quitaría libertad. Opta por la ficción y considera a la metafísica pura literatura fantástica; sin embargo, toda su literatura habla de metafísica. Borges piensa que el absoluto queda fuera del alcance de cualquier raciocinio; pero, en su inevitable búsqueda, junto a las ficciones, a la imaginación, apela a la razón y proclama la felicidad de entender, si ello le fuera concedido al hombre. Pero insiste y, con la impunidad de la que goza todo escritor, puebla de paradojas su obra. Y entonces, las manchas del jaguar en las que el sacerdote americano lee el mensaje divino; las incontables páginas de un libro de arena en las que lo finito y lo infinito se encuentran, o el Aleph, esa mínima porción de materia que contiene el universo, son objetos de ficción que encierran, sin alarmar a la lógica, potentes contradicciones de la razón.
Y para concluir: Este anhelo, escapar de la caverna / laberinto, lo cumple Borges con lenguaje poético. La metafísica y la poesía tienen en común que ambas se mueven en los límites del lenguaje y, si bien desdeñan la pura razón, no pueden prescindir del acoso de aquella racionalidad que nos hace hombres.
Borges hace metafísica a su manera. Y esa manera tiene formas literarias que, sin embargo, no le restan fuerza a su indagación metafísica. La palabra poética de Borges, sus tramas de belleza y complejidad, nos salvan de la pequeñez contra la que se debate nuestra condición humana. Borges es argentino, pero también latinoamericano y universal. Es, quizás, el representante más conspicuo de esta cultura que floreció en los márgenes de lo europeo. Formado en la tradición europea, pudo aunar, en una obra mayor, única, lo mejor de ambos lados del Atlántico, con sello argentino y estilo universal. Su obra emite un resplandor del que es difícil sustraerse. No es un escritor que genere adhesiones ciegas, ni cree fanatismos, es mas grave que eso, crea adictos; los juegos de inteligencia, de ironía, las tramas de sus cuentos, reverberan en nosotros por mucho tiempo, de allí esa adicción. Transitar por la obra de Borges y beber de la lucidez de su inteligencia es una experiencia única y una celebración de la palabra.
Y esa palabra revela, a mi criterio, un pensamiento de fuerte cuño metafísico.

 

NOTAS

1 Jorge Luis Borges: Obras Completas, Emecé editores, 1974, Bs. As., pág. 764
2 Pensamos, entre otras, en sus críticas a la idea de eternidad, a las pruebas de la existencia de Dios, y a la concepción del eterno retorno en Nietzsche.
3 Platón: La república o de las leyes, Libro VII
4 M.Heidegger: Doctrina de la Verdad según Platón, ed. 1953.sigo aquí la interpretación de este autor sobre la alegoría platónica.
5 Jorge Luis Borges: Ob.cit. pág. 824.
6 Experiencia presente en Borges y narrada en “Sentirse en muerte”.
7 O.C.: “Laberinto” en Elogio de la sombra. Pág. 986.
8 Frase de María Eugenia Valentié, Prof. Emérita de la Universidad Nacional de Tucumán.
9 Este cuento fue abordado en un trabajo mío titulado: “Sólo debe decir una palabra y en esa palabra la plenitud”, entregado para su publicación a la Revista Variaciones Borges, Iowa University, USA.
10 O.C. pág. 598.

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